miércoles, 6 de julio de 2011

Memorias de un guerrillero

Entrevista a Desidor Silva Valle

–¡Lárgate lo más lejos que puedas! ¡Que no te encuentre el Ejército! ¡Y cásate por ahí, en el camino, para que me des un nieto, porque te van a matar!

Así le aconsejó su madre a Antonio Palox Palma, bajo una tormenta de llantos, aquella noche en que se despidieran en su casa de techo de teja y muros de adobe.

Realmente estaba dura, tremenda, bestial la represión en todo el estado. Los militares andaban permanentemente al acecho, fusil en mano, por cada pueblo de la Costa Grande, y de la Costa Chica, y de la Montaña, y demás regiones. A quien agarraban era porque lo iban a desaparecer, a ahogar, a ahorcar, a fusilar, a matar. ¡Así de directo! Como atemorizante, escandaloso escarmiento para los demás revolucionarios, y para los simples simpatizantes con el movimiento democrático.

El profesor de educación primaria, egresado de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero, originario de Atoyac de Álvarez, de 22 años de edad, entró a la clandestinidad sin pensarlo dos veces. Sin ponderar si tal situación, tan difícil, compleja, incierta, podría llegar a ser demasiado traumática. ¡Necesitaba salvar el pellejo a la voz de ya!

Sus camaradas lo llevaron a una casa derruida, en cierta zona no tan populosa, de la capital estatal, Chilpancingo. Ya lo andaban buscando por sus nexos con la guerrilla.

Los años en clandestinidad

Durante días, semanas, meses estuvo encerrado a expensas de las noticias que le llevaran sus compañeros de lucha ideológica, mortalmente hambriento de saber sobre los avances del movimiento democrático en la entidad; ya quería salir, volver a su vida normal, ejercer su profesión, dar clases a los niños guerrerenses.

¿Para eso se había matado estudiando tanto? ¿Para estar encerrado? ¿Lo querían realmente matar simplemente por su forma de pensar?

Dormía en un petate, con su sombrero de palma como almohada, y sólo se cubría con un sarape. De pronto despertaba en las madrugadas al sentir unas garras recorrer su cuerpo. El frío no lo dejaba en paz noche con noche, acostumbrado toda su vida al sabroso calor costero del Pacífico. ¡Cómo extrañaba su rica, confortable, bien ventilada hamaca sujeta entre las ramas del mango petacón! ¡Cómo quería tener a la mano, en la boca los deliciosos mangos!

A veces sus camaradas olvidaba visitarlo o dejaban pasar 8dos, tres, cuatro, ¡hasta cinco días!, para no delatar su escondite, por si ya estarían fichados por el Ejército, y anduvieran también tras sus huesos.

Entonces el joven maestro, idealista, sediento de justicia en la sociedad, en el mundo, se la pasaba a puro bolillo con agua. Esa era su dieta, desayuno, comida, cena, bolillo tieso de hacía ocho días al remojo en agua. Lee y relee los periódicos que le dejaban, incluido algún capítulo del Materialismo Histórico o del Capital. Sueña y sueña en que se comía él solito un pollo asado entero.

Cierta mañana, como no aparecían sus camaradas, era el sexto día en que no le llevaban nada de alimento, decidió salir de su refugio. En la calle preguntó dónde quedaba el mercado. Ahí compró, con los últimos centavos atesorados en la bolsa del pantalón remendado, un cucurucho de cocoyules, los predilectos a su paladar, y para lo único que le alcanzaron las monedas.

En el camino de regreso se fue saboreando la carnita de las bolitas agridulces, una tras otra. Apenas le dio tiempo de llegar al cuartucho de piso, paredes, techo en bruto. Al arrojar de la boca el último esqueleto de cocoyul le agarró diarrea que sólo pudieron controlar las medicinas compradas por sus camaradas que llegaron sonrientes en la tarde.

“En otra ocasión sí, de plano, ante la ausencia reiterativa de mis abastecedores de comida, quienes tardaban ya una semana sin poner el pie en la madriguera, por obvias y justificadas razones, salí a robar algo que llevarme a la boca.

“La perra, maldita, traicionera hambre que devoraba mis intestinos, me chupaba la piel, me succionaba el cerebro, me arrancaba los principios, los valores, me nublaba la vista, me arrastró de las greñas otra vez hacia el mercado, pero sin un santo peso, ni un bendito centavo.

“Ahí, muy discretamente, como que iba pasando, tomé un tanto de tortillas del canasto de una vendedora que en ese momento se agachó a recoger algo del suelo; puestos fijos más adelante, en una carnicería, tomé un pedazo de chicharrón, y entonces me escabullí entre la gente a paso redoblado, y por las calles a paso veloz, rumbo a mi milagroso, improvisado hogar.

“De Chilpancingo me trasladaron a Oaxaca, donde estuve casi un año; luego a la ciudad de México, donde empecé a rehacer mi vida, aún temeroso de que me fuera a identificar alguien. Allá trabajé algunos meses en una fábrica de aluminio. Después me fui a Veracruz donde creía estar más lejos de Guerrero, más lejos de mi tierra que tanto amaba. Allá trabajé en una carnicería, incluso de peón de albañilería”.

Durante muchos años, el profesor de primaria anduvo a salto de mata, sin poder mencionar su nombre real, su auténtica identidad, sin poder revelar su genuina historia personal ni familiar… ¡hasta el día de hoy!… que finalmente decide hablar sobre su pasado, ante un medio de comunicación, con Contralínea Guerrero.

Las conexiones con el Che y Fidel Castro

–¿Dónde está el Che Guevara, cabrón? Tú sabes sobre su paradero, ¿dónde lo tienes oculto? -lo hostigaban los agentes de la CIA.

_¡Pero coño, joder, carajo, chingado, cómo voy a saber dónde está el Che, si estamos en México, en Guerrero, en la sierra de Atoyac! ¡Pinches cabrones, desgraciados! ¡Ni que fuera mi mujer el pinche Che!

Así contestaba Antonio Palox Palma, a quien tenían bien fichadito en los archivos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, por haber ido a La Habana, al fin internacionalista, como a todo aquel, indistintamente del país de procedencia, que osara pisar la isla comunista, única aliada en el continente americano de la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que amenazaba con apoderarse del planeta.

Muchos años antes, había ido a recibir instrucción militar a las tierras heladas de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, al corazón del socialismo, a la congeladora Moscú.

Tras su eficiente capacitación en los cuarteles del ejército ruso, atrincherado, armado con los más avanzados conocimientos sobre armamento, tecnología, en suma, sobre la guerra moderna del siglo XX, luchó en su patria, España, del lado de los republicanos contra la dictadura de Franco.

Palox, hombre alto, güero, con mucha capacidad intelectual, enérgico militar revolucionario, de izquierda, un experto en táctica, en estrategia militar, personaje casi desconocido por la historia, influyó mucho en ese terreno en el pensamiento y en las acciones de Lucio Cabañas Barrientos.

El español, exiliado en México, uno de aquellos cientos de miles que recibiera el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río, durante la guerra civil española, orientaba al guerrillero Lucio Cabañas sobre cómo desplazarse cada día, “con mapas en la mano, cartografías perfectamente trazadas, incluso fotografías aéreas, de toda la zona costera, de todo el territorio de Guerrero, que quién sabe dónde y cómo conseguiría”.

Palox, médico militar, cuyos pacientes se quejaban de que era muy gritón, al clásico estilo de los genuinos españoles, y por sus procedimientos medio bruscos al curar, dominaba perfectamente la técnica china milenaria de la acupuntura. No obstante, todos reconocían que en el fondo de su alma era muy humanista, como también lo reflejaba en sus pinturas al óleo. “O sea, era todo un estuche de monerías el revolucionario ibérico”.

“Se integró al movimiento en su calidad de conferenciante sobre temas de salud. Curó, operó a muchos de nuestros compañeros heridos. Luego me contaba sobre sus aventuras en Europa, las vividas en su patria, su añorada España, y como yo estaba chamaco, tendría unos 18 años de edad, no le daba importancia, nomás le contestaba, ¡ujum, ujum, ujum!

“Palox, quien me confesara haber escrito el libro Tempestad en el Caribe, fue amigo del famoso, prestigioso general Alberto Bayo y Giroud, su compatriota, quien entrenó a Ernesto el Che Guevara y a Fidel Castro, en Tuxpan, Veracruz, semanas antes de que ellos zarpar en el Granma rumbo a Cuba, a iniciar la revolución contra Fulgencio Batista”.

A su triunfo, en 1959, Fidel Castro se llevó a vivir a La Habana, de por vida, al general Bayo, y éste, una vez instalado perfectamente en Cuba, mandó traer a Palox.

“Palox vivió algún tiempo en la capital cubana, en donde, cierta tarde el Che le dedica su libro Guerra de guerrillas, obra que Palox, ya de regreso en México, Guerrero, Atoyac, poco antes del surgimiento de la guerrilla, me mostraba orgulloso y me permitía leer, pero sólo en su casa, en presencia de él”.

Cuando la guerrilla comenzó a echar balas a diestra y siniestra por la sierra cafetalera, por donde andaba sigiloso Lucio Cabañas, Palox le mandaba recados, discretamente, con ciertas recomendaciones de cómo afrontar y eludir el movimiento de las tropas federales.

Una mañana, cuando ya estaba la guerrilla en su apogeo, cuando la represión estaba en su punto más álgido, el médico militar Palox, vestido como cualquier ciudadano, con su maletín en la mano derecha, dijo a un vecino que iba con urgencia a Acapulco, a atender de emergencia a un herido que conocía.

Nada se volvió a saber de él.

“Se tiró a perder, olfateó a tiempo, al fin viejo zorro europeo, las botas militares, antes de que lo apresara el Ejército, porque ya el gobierno lo traía en la mira por andarse inmiscuyendo en asuntos de competencia sólo de los mexicanos”.

A los pocos días, recibí una carta de Palox, muy escueta, en la que decía: “Voy con destino a Venezuela, a preparar más guerrilleros, a sembrar la semilla de otra revolución al estilo de la cubana. Me espera un joven muy prometedor, muy receptivo a las nuevas ideas que cambiarán la realidad de nuestra tan avasallada América Latina, de nombre Hugo Rafael Chávez Frías. Ojalá florezca la revolución socialista en Guerrero y en México. Mucha suerte, ¡joder!”.

Ni se acordó ni le importó dejar su casa, y todas sus cosas adentro, como su equipo, su instrumental médico, sus libros, sus pinturas, ¡su mujer! Lo único que se llevó mi padrino de graduación de la secundaria era, “su gran tesoro cultural”, el libro Guerra de guerrillas. Tal como me lo reveló, melancólica, su pareja sentimental, Paula Cabañas, prima del comandante Lucio Cabañas Barrientos.

“Hace algunos meses, lustros después de su fugaz, sigilosa huida, por fin pude entrar en contacto con algunos descendientes de Palox, con sus nietas que viven en Caracas, Venezuela”.

La semilla pro revolución de México

La chispa revolucionaria del movimiento democrático de Guerrero y del país se estaba fraguando en Atoyac de Álvarez. Del pueblo no salían Othón Salazar Ramírez, líder del Movimiento Revolucionario del Magisterio; Ramón Danzón Palominos, líder agrario, fundador de la Central Campesina Independiente; las líderes de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, organización representada en Atoyac por la profesora Hilda Flores Solís, el cuentista Juan de la Cabada, el poeta Paul Leduc, los líderes del Partido Comunista a nivel nacional, entre muchísimos más.

También los compañeros, amigos de Lucio, Octaviano Santiago Dionicio, Carmelo Cortés Castro, Pedro Martínez Gómez, originario de Ixtla, municipio de Atoyac, en su momento líder del Partido de los Pobres, a quien nombraban subcomandante Manuel, un verdadero subcomandante, el mismo que acompañó al comandante Cabañas hasta el día de su muerte.

Estos últimos camaradas se fueron a preparar ideológicamente al cerebro rojo del sistema socialista comunista, tanto a Moscú como a Checoslovaquia.

En 1967 se da la primera matanza en contra de los simpatizantes del movimiento, durante un mitin donde estaba Lucio Cabañas, miembro destacado del Partido Comunista, y yo también, integrante activo de las Juventudes Comunistas. Entonces yo tendría unos 18 años de edad. Asimismo Juan Fierro García, primer desaparecido que hubo en Atoyac.

De inmediato Lucio se tiró a perder por el monte al desatarse la jauría militar y policiaca en persecución de su cabeza.

El comandante Cabañas en la sierra

Menos de cinco personas en Atoyac sabían con exactitud dónde estaba ubicado el campamento revolucionario.

El estratega militar Palox me dio perfectamente las coordenadas, tantos grados de longitud, tantos de latitud, tantos cerros, barrancas a la derecha, tantos más a la izquierda, derecha, para dar con el maestro de primaria, egresado de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa.

Con varios de los camaradas más cercanos le llevamos comida enviada por Palox. Entonces le dijimos que nos queríamos quedar a partir de ese día con él, unirnos a su lucha socialista.

-¡No, chamacos, ustedes se regresan al pueblo y a la ciudad a estudiar!, nos dijo Lucio tajantemente.

-Tú, especialmente, ahijado del coronel Palox, vas a estudiar para profesor de primaria. Te vas a inscribir en una Normal Rural, yo te voy a ayudar.

De momento, no creí en sus palabras, en su ofrecimiento. Pero luego me acordé que había sido presidente de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México. Así, algo desilusionados, porque ya nos veíamos con nuestros Kalashnikov en las manos, con un uniforme militar puesto, bajamos de la sierra atoyaquense.

Cierto mediodía, en que estaba acostado plácidamente en la hamaca del corredor de la casa, me llegó un telegrama en estos términos: “Está usted inscrito en la Normal Rural de Champusco, Puebla, urge su presencia”.

Allá me fui, gracias al maestro Lucio Cabañas, a cursar dos años, y luego me vine a Ayotzinapa, a la tierra del general Vicente Guerrero, a terminar la carrera.

En el ínterin, junto con compañeros estudiantes, iba a dejarle ropa, camisas, playeras, camisolas, botas, sarapes, víveres, etcétera.

La esposa de Lucio Cabañas

Concluida la Normal, me destinaron para ejercer la plaza a la primaria ubicada en la comunidad Poza Verde, municipio de San Luis Acatlán, en la Costa Chica. Poco después logré que me cambiaran a la primaria de Santa Rosa la Lima, municipio de Coyuca de Benítez, en la Costa Grande, relativamente cerca de mi tierra, Atoyac de Álvarez.

Una tarde, de pronto, sin anunciarse, apareció Lucio en Santa Rosa, acompañado de unos 100 guerrilleros. Todo mundo se puso en movimiento para atenderlos, para darles de comer. Luego reconocí a varios excompañeros de primaria y de secundaria, quienes ya se habían hecho hombres en la sierra.

De Santa Rosa se llevó Lucio a la única mujer que tuvo, a una de mis alumnas oyentes del turno vespertino, de mi grupo extraordinario, no oficial, conformado por puras muchachas casaderas, a quienes impartía clase sólo para entretenerlas por las tardes, tal como me solicitaran sus padres.

María Isabel Ayala Nava, con quien Lucio tuvo a su única hija, Micaela Cabañas Ayala, era realmente muy bonita. Lucio tendría unos 44 o 45 años de edad. No se la llevó a la fuerza, como era común en los pueblos de la época. Ella se quiso ir con él porque desde hacía meses que ya deseaba emigrar hacia otros rumbos.

A las pocas horas, en un sitio denominado Hierba Santita, muy cerca de Santa Rosa, las fuerzas revolucionarias emboscaron a las tropas del Ejército mexicano. Se escuchó la tormenta de balazos, de rifles Kalashnikov, los famosos AK-47 de fabricación rusa, de cerro en cerro, hasta herir el corazón de la sierra guerrerense.

La guerrilla de los años setenta en México hervía en su apogeo

Otro día, muy temprano, retumbaron las botas militares en las entrañas de Santa Rosa, los soldados registraron casa por casa, choza por choza. Yo había huido, durante la madrugada, a unos cerros cercanos, en obediencia ciega a las buenas lecciones, instrucciones tan previsoras, que me diera años antes mi padrino Palox, el militar español aleccionado por los soviéticos en la Guerra de Baja y Alta Intensidad, expertos ellos precisamente en la Guerra Fría mantenida durante décadas con los gringos.

Cuando el Ejército dejó Santa Rosa, tras dos semanas de ocupación, obviamente con varios presos, como botín de guerra, yo también los secundé de inmediato. Solamente pasé rápido a la comunidad por algunos de mis tiliches, algunas de mis chivas. Entonces me informaron que los cuicos habían preguntado por el profe de la primaria, o sea por mí, que me andaban buscando con urgencia, ¡que me reportara en el primer destacamento militar que encontrara!

Algunas mujeres me contaron que en las noches se oían gritos de hombres, como si los estuvieran torturando para sacarles la verdad de las tripas, los nombres de quienes apoyaban a los guerrilleros al quemarles los testículos con las colillas del cigarro ardiendo.

Ya no quise escuchar más anécdotas. No esperé ni un minuto más para despedirme y salir corriendo hacia Chilpancingo, entre las veredas y atajadizos que tanto estudiara con mi padrino Palox, con el deseo de cobrar mi cheque, mis quincenas que había dejado acumular.

Cuando iba a entrar al Palacio de Gobierno a querer cobrar lo de mi sueldo, que había desquitado, durante días, semanas, honradamente en Santa Rosa, escuché a mis espaldas, como si me hubiera caído un rayo.

-¡No des ni un paso más, profesor!

-¡Ya me chingó el Ejército!, expresé alzando los brazos, las manos, dando la media vuelta.

Vi a varios de mis amigos, paisanos, campesinos, ¡camaradas!

-El Ejército te está buscando. Está allá arriba.

De ahí me llevaron a ocultar a una casa abandonada, en alguna zona no muy poblada de Chilpancingo, donde permanecí varios meses.

El campamento guerrillero

Llegué al cerro del Zanate con varios camaradas, tras caminar tres horas a pie por caminos culebreantes, tupidos de vegetación, procedentes de la comunidad de San Martín, ubicada a unos 5 kilómetros de Atoyac, donde inicialmente estuvo Lucio Cabañas con sus tropas.

Era la época del año en que abundaban los elotes. Los cerros, los árboles, los arbustos destilaban vapores de verde intenso arriba, abajo, por aquí, por allá. Los arroyuelos corrían cantarines a los pies de las cañadas.

Aquello parecía una escena de tiempos de la Revolución de 1910, cuando se peleaba con el lema de Tierra y Libertad al lado del general Emiliano Zapata.

Había grupitos asando elotes, con las carabinas, los rifles, carrilleras, sombreros, sobre las piedras, la tierra; otros guisando frijoles, arroz, pollos a la costagrandense; mujeres echando tortillas sobre comales de barro ardiendo; hombres cortando leña o tocando la guitarra, cantando melodías que clamaban justicia para los pobres, para los campesinos, para los obreros de México y del mundo.

-¡Ahora sí se va a armar la de San Quintín, se va a hacer otra revolución, joder! Expresé con el mismo júbilo que mostrara siempre mi padrino, el militar español, contagiado por su peculiar y extravagante léxico, al ver tal organización, tal orden, tan ejemplar comunicación entre las líneas de mando, tanto entusiasmo.

Dentro de un par de horas se iba a celebrar la gran concentración de todos los líderes del movimiento, llegados de todos los rincones del estado, y de otras partes del país.

Quienes no conocían al ya legendario guerrillero en la república mexicana, y fuera de sus fronteras, preguntaban por él con ansias de estrecharle la mano.

El comandante se encontraba muy ocupado en esos instantes, cumpliendo con su comisión de ese día, poniendo el ejemplo de disciplina, ¡haciendo su tarea pues!

Lavaba los trastes, junto a otros hombres y mujeres, allá en el río, muy quitado de la pena, vestido muy pobremente, como era su natural estilo, con una camisa blanca toda arrugada, algo rota, un pantalón verde olivo todo raído, con botas negras, enlodadas, también rotas, y un sombrero de palma desgastado.

Por añadidura, era moreno, bajo, delgado, sin barba, y no fumaba puros ni en pipa, y menos usaba boinas colocadas ligeramente de lado en la cabeza, tal como era el prototipo del revolucionario latinoamericano.

-¿Ése es Lucio Cabañas Barrientos?, preguntaron varios incrédulos con acento de otros rumbos de la Costa.

-¿A este señor, a este campesino, seguimos casi que con los ojos cerrados?

-¡Nosotros esperábamos ver a nuestro comandante en jefe vestido de uniforme tipo militar, con medallas al pecho, revólver o pistola .38 súper al cinto, dando órdenes por aquí, por allá, a unos metros de su robusto caballo, incluso pateando a alguno que otro indisciplinado.

-¿Cómo es posible que sigamos a un individuo en tales fachas? ¡No creemos que sea él!

-¿Dónde tienen escondido al verdadero Lucio Cabañas Barrientos?

-Señores, señores, no se alteren. La grandeza de Lucio radica en su humildad, como pueden testimoniar. Ahí viene, mírenlo, conózcanlo bien, de frente, cara a cara. Vamos a la mesa, por favor, es hora de comer. Sean ustedes bienvenidos.

En pro de recuperar plaza, nombre, vida

El profesor Desidor Silva Valle, de Atoyac de Álvarez, de 59 años de edad, egresado de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos en 1970, narra algo nostálgico al rememorar pasajes tan dolorosos de su vida, que “tuve un amigo, entre comillas, porque a la mera hora en que lo iba a demostrar me falló, un excompañero de la escuela, se llamaba Moisés Armenta Vega”.

Cuando fui a verlo a la ciudad de México, después de la muerte de Lucio Cabañas, en 1974, Moisés Armenta, que siempre había sido oficialista, gobiernista, era el flamante secretario particular de la entonces secretaria de Finanzas del SNTE, Elba Esther Gordillo.

Él conocía perfectamente mis antecedentes en la guerrilla. Le pedí que me echara la mano para recuperar la plaza de profesor que había perdido.

Se metió a hablar con la mujer. Luego salió a decirme que sí, “con mucho gusto”, que me iban a dar una nueva plaza, que ¡escogiera! en qué lugar exacto del estado de Guerrero.

-¡Y vas a tener hasta doble plaza, mi querido profesor, pero nos vas a firmar un documento en blanco!

“Y ahí sí ya no le entré, porque dije, ¿para qué quería un documento firmado en blanco la Gordillo?

“Desde entonces no pude recuperar mi plaza. Nunca más pude ejercer mi profesión. Nunca más me permitieron dar clases frente a grupo en ningún rincón de mi país ni de mi estado”.

-¿Se tuvo que dedicar a otros oficios?

-Sí, desde peón de albañil, hasta como encuestador en trabajos temporales de cuatro o cinco meses en el Inegi y en el IFE. Tuve una pequeña papelería en Atoyac. Mi papá me heredó una modesta huerta donde cultivo café, naranjos, mamey. Y así he ido toreando a la vida.

El maestro Desidor se casó con la también profesora Elisa Alcaraz Bello, con quien tuvo a su única hija, la igualmente profesora Tania Silva Alcaraz.

Silva Valle cuenta que “todavía viven muchos de los que anduvieron, entonces veinteañeros, treintones, con Lucio Cabañas en la guerrilla, arriesgando el pellejo en pro de los ideales de libertad de manifestación, la libertad de expresión, la democracia, la justicia, etcétera, quienes, la mayoría, son campesinos que viven en la miseria, en el vil abandono”.

Otros compañeros, como Octaviano Santiago Dionicio y Pedro Martínez Gómez, se fueron a estudiar al extranjero. Incluso, uno de los dirigentes connotados, entonces muy cercano a Lucio -“a ver si no me lo echo de enemigo por decir esto-, Serafín Núñez Ramos se apartó del movimiento, no se fue al monte a pesar de que se lo pidió Lucio Cabañas, prefirió irse mejor a Moscú, donde estuvo cinco, seis, siete años”.

Desidor Silva confiesa que tuvo oportunidad de viajar a Cuba. “Me invitaron los dirigentes nacionales del Partido Comunista de México, pero fue cuando estaba por terminar los estudios en la Normal, por eso no quise ir, y hoy me arrepiento la verdad, porque entonces también hubiera podido ir a Moscú, y hoy cuándo voy a ir a la tierra de Lenin”.

“A Cuba se iba uno por un año, con todo pagado, bien comido, bien vestido, bien dormido, etcétera, ni modo que allá me tuvieran a bolillo con agua”.

-¿Es cierto que a los guerrilleros, a los comunistas los iban a tirar al océano y al pozo Meléndez, que está entre Iguala y Taxco?

-Pues eso se ha dicho siempre. No puedo comprobarlo. Incluso últimamente han rastreado peritos de la Procuraduría donde estuvo el cuartel militar en Atoyac, pero no han encontrado ningún cuerpo. Lo que fue una farsa solamente. Pues el que sabe perfectamente dónde pueden estar los cadáveres es el general Acosta Chaparro.

-A quien condecoraron hace un par de años en el Ejército mexicano por sus servicios prestados al país, ¿no?

-Ándele. Hay tanto sobre qué hablar del periodo convulso de los 60 y 70 en la entidad suriana, pero sobre lo verdadero, porque mucho de lo que se ha escrito, por ejemplo, sobre Lucio Cabañas, son simples conjeturas, pura fantasía.

El profesor Silva Valle rememora que “hace varios años me vinieron a ver empleados de la Comisión Nacional de Derechos Humanos federal, les ayudé a integrar un expediente de los desaparecidos de los 60, y entonces fuimos a ver a Chabela, la esposa de Lucio, hasta allá, hasta Santa Rosa”.

“La CNDH quería recoger de ella su testimonio de cuando fue maltratada, golpeada, vejada por el Ejército. Pero no quiso platicar con nadie de ellos. Doña Catalina, la mamá de Chabela, intervino:

-¡Ya no la molesten, señores, total, si no quiere hablar, ella sabrá sus razones!

El resurgimiento de la guerrilla

El exfundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Atoyac de Álvarez, exdirigente municipal, exsecretario de Prensa y Propaganda, exsecretario de Asuntos Electorales, exrepresentante perredista ante los órganos electorales en el municipio, exdelegado de los congresos estatales del PRD, asegura que “claro que se están dando las condiciones para que surja otro movimiento armado”.

“Más a consecuencia de la severa crisis económica y si no hay cambios profundos, importantes en el rumbo del país, en la economía, el empleo, en la seguridad pública, etcétera”.

Y también por el desencanto de la gente con los gobiernos federales, agrega Silva Valle.

“Porque el Partido Acción Nacional (PAN) no ha podido sacar al país del subdesarrollo, como tampoco lo pudo hacer el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante décadas. El PAN y PRI son la misma cosa, no hay diferencias en sus gobiernos, hay corrupción, se reprime a los luchadores sociales, prevalecen actos antidemocráticos, anticonstitucionales, antipopulares”.

-¿Entonces la única opción es el PRD?

-No, no. El PRD es una gran decepción.

El profesor Desidor Silva afirma que este año renunció al PRD en carta enviada al dirigente estatal, Misael Medrano Baza, “porque ya no le sirve al pueblo, porque conozco a la mayoría de sus dirigentes, porque creo que el PRD se ha convertido en otro PRI, porque sus dirigentes, en todos los niveles, practican la antidemocracia y la corrupción”.

“Y ya se ha visto que sus gobiernos, estatales y municipales, incluido un periodo de jefatura del gobierno del Distrito Federal, son corruptos, abusivos, prepotentes”, añade Silva Valle.

_¿A quién considera de izquierda realmente aquí en Guerrero?

_Casi no hay. El único que podría ser es el profesor Octaviano Santiago Dionicio, quien se ha mantenido firme en su posición, en la defensa de sus principios ideológicos. Es un hombre congruente, que no se ha enriquecido, es el hombre que hay limpio en la izquierda de Guerrero, de la misma estirpe democrática, revolucionaria, reivindicativa del ya fallecido Othón Salazar Ramírez, el hijo predilecto de Alcozahuaca, municipio enclavado allá, en la Montaña indígena, quien jugó un papel muy relevante en la historia del movimiento democrático de Guerrero.


Publicado en Revista Contralínea

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