lunes, 21 de mayo de 2012

Los jaramillistas, la estirpe de Zapata que no entregó las armas

Cuentan los jaramillistas que, muy joven, Rubén Jaramillo (1900-1962) decidió incorporarse a las filas del Ejército Libertador del Sur. En su propia familia, por el lado de su mamá, había florecido ya el zapatismo. Se enlistó a los quince años, con el consentimiento de la familia. La primera encomienda que recibió de los mandos del general Dolores Oliván fue ir a vigilar unos parajes cerca de Tetela del Volcán, Morelos, para que informara si había tropas de “pelones” del gobierno. Le dieron órdenes de hacerse pasar por campesino que iba a su milpa, disimulando, y nada más observar. ¡Cuál no sería la sorpresa de sus mandos cuando, al poco tiempo, regresó con 15 soldados del gobierno desarmados y amarrados con cuerda! “Como eran poquitos, de una vez me los traje”, le dijo a sus superiores. Eso le valió su primer grado en las filas de los revolucionarios zapatistas.

Cuando es asesinado Zapata y la mayoría de los zapatistas entregan las armas a cambio de una pensión que ofrecía el gobierno, Jaramillo y sus compañeros no aceptaron la oferta y guardaron las armas “en caso de que en un futuro las pudieran necesitar”. Entonces podemos decir que los jaramillistas son los zapatistas que no entregaron las armas y que regresaron a la lucha en los años treinta.

Quedaban pendientes muchas cosas cuando terminó el periodo armado de la revolución mexicana. Los pueblos se alzaron porque el sistema de haciendas venía a destruir la cohesión de las comunidades y a amenazar lo heredado por los abuelos y conservado por generaciones: la tierra y la forma comunitaria de vida. Se fueron a la lucha para recuperar la tierra y tener la libertad de decidir su forma de vivir. Lo hicieron durante muchos años, hasta que murió el jefe Zapata. Los que se encaramaron en el poder al final del la revolución mexicana cumplieron con lo menos posible de las demandas que habían sido levantadas por los obreros y los campesinos. A la fecha se les llama en el estado de Morelos “carranclanes” a los gobernantes mañosos, incumplidos y ladrones.

La figura de Jaramillo surgió a partir de luchas muy concretas, como aquella por un mejor precio para el arroz en Tlaquiltenango, región sur del estado, en los años treinta. Al lograr la satisfacción de esa y otras demandas de los campesinos locales, la voz se corrió y acudieron a él de muchas partes solicitando orientación y apoyo. Es una vez más un proceso que se da a partir de un ejemplo concreto, no de sesudos planes de cómo construir un gran movimiento.

Los jaramillistas son los que volvieron a enarbolar las banderas de Tierra y Libertad ya en la década de los treinta; con ellos retoñó el zapatismo. “Rubén Jaramillo defiende los intereses del pueblo y está logrando muy buenos resultados. El movimiento crece. Es gente seria”, se escuchó decir por muchos lados. A finales del maximato de Calles, los campesinos de Morelos estaban en pie de lucha y unidos como los dedos de un puño cerrado. Su líder, Jaramillo, fue el titular de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado. Ya con una base amplia de seguidores campesinos es que plantearon al candidato a la presidencia de la república, el general Lázaro Cárdenas, la instalación de un proyecto industrial azucarero para reconstituir la capacidad productiva perdida en el estado durante la revolución.

Cuando surgió la candidatura de Cárdenas, entre Jaramillo y el General nació una alianza natural con base en la lucha por los intereses del pueblo. Cárdenas recibió a la comisión de los campesinos de Morelos en el balneario de Agua Hedionda, en Cuautla. Ahí platicaron y decidieron unir fuerzas. El gobierno construiría un gran ingenio azucarero con todos los adelantos tecnológicos, en el corazón del estado de Morelos; sería una cooperativa la que lo poseería y administraría. Solórzano, cuñado de Cárdenas, se encargaría del proyecto; en cuanto éste asumiera la presidencia, se iniciaría su construcción. Quedaron de verse en Querétaro para un acto de campaña del general. Y lo que prometieron, lo cumplieron: los dos eran gente de palabra.

El proyecto del ingenio azucarero era a imagen y semejanza del de El Mante, Tamaulipas, propiedad del expresidente Calles, con tecnología moderna. De allá llegaron varios obreros especializados, como Mónico Rodríguez, contratado para los trabajos de la construcción del ingenio. Su padre había sido magonista y fue quien le construyó los famosos cañones de campaña a Pancho Villa. Mónico había sido testigo y partícipe, junto con su padre, de las luchas sindicales petroleras en Tampico y la Huasteca, y tenía por herencia una gran tradición de lucha, tanto de los anarquistas como de los comunistas.

Otro obrero, que ya no entró a trabajar en el ingenio pero que estaba muy cercano a Rubén Jaramillo, fue Francisco Ruiz, a quien de cariño apodaban “El Gorraprieta”; era un viejo cuadro olvidado del Partido Comunista. Tuvo que huir de Calipan, Oaxaca (muy cerca de Teotitlán del Camino), para salvar la vida después de haber organizado una tremenda huelga. Se fue a refugiar al ingenio de Atencingo, en el estado de Puebla, donde conoció al hermano de Rubén Jaramillo. Allá organizó (junto con doña Lola Campos viuda de Espinoza y dos hombres que habían sido generales zapatistas) el sindicato Carlos Marx, que duró un año. Ante la represión, tuvo que huir de nueva cuenta y fue a dar a Zacatepec. Recibía revistas comunistas de la Unión Soviética y estaba al tanto de lo que sucedía en la Guerra Civil Española -Mónico, quien falleció apenas el 4 de diciembre de 1998, cantaba ya de viejo canciones de la Guerra Civil Española, como El quinto regimiento y otras, que le había aprendido a “El Gorraprieta”.

Su oficio en Zacatepec era de peluquero, pero influía mucho entre un gran grupo que se reunía por las noches, a la luz del farol de la calle, afuera de la peluquería. Entre ellos estaban Perales, el mismo Rubén Jaramillo y Mónico Rodríguez. Él fue el contacto por medio del cual llegaban a darles pláticas destacados comunistas como Miguel A. Velasco. El liderato indiscutible en el grupo correspondía a Rubén, cuyas raíces eran zapatistas.

El propósito de Rubén al solicitar la construcción del ingenio era mejorar la economía de los campesinos y los obreros; quería una fuente de trabajo para todos ellos. Mónico Rodríguez dijo que se pretendía “restablecer la capacidad productiva en el estado de Morelos, perdida durante la Revolución por el desmantelamiento del sistema de haciendas que existía antes. El ingenio Emiliano Zapata costó en total nueve millones de pesos, completito, con todo y estadio de fútbol”.

El ingenio azucarero se convirtió en la industria más importante del estado, la que generó hasta antes de su privatización (1992-1993) la mayor cantidad de trabajos, directa e indirectamente. En el folleto biográfico de Rubén Jaramillo (sin datos de autor, publicado por la Unión de Pueblos de Morelos), se lee:

El 18 de febrero de 1938 se constituyó la Sociedad Cooperativa “Emiliano Zapata” para la administración del ingenio, el cultivo y la compra de caña, la siembra de arroz y de otros productos que alternados con la caña sirvieran para mejorar la tierra, la elaboración del azúcar y otros derivados de la caña, y finalmente el establecimiento de una sociedad de consumo. La Sociedad Cooperativa estaría bajo pleno control de los trabajadores. Para garantizar esto, el órgano máximo de gobierno sería la Asamblea General de Socios, cuyos acuerdos debían ser ejecutados por un Consejo de Administración formado por dos campesinos y un obrero. El gerente sería nombrado por el gobierno, pero tendría que someterse a las decisiones del Consejo de Administración. 

Esto último nunca sucedió, salvo en la primera administración (presidida por Rubén, quien fue relevado de su cargo en 1940, apenas dejó Cárdenas la presidencia de la república). “Fue una empresa de participación estatal, donde el gobierno puso la condición de nombrar al gerente. ¿De quién era la inversión? Del gobierno. La compra de la caña para la primera zafra, ¿quién la pagó? El gobierno. La empresa nunca llegó a ser realmente cooperativa”, señala Félix Serdán. El ceder al gobierno el nombramiento del gerente constituyó la mayor fuente de conflictos en cuanto hubo cambio en la presidencia de la república.

Rubén Jaramillo fue nombrado presidente del Consejo de Administración de la Cooperativa Obrero Campesina, que administró el ingenio “Emiliano Zapata” de Zacatepec cuando éste se inauguró, en 1938. El primer gerente, Maqueo Castellanos, fue relevado en 1940, pero también Rubén de su puesto de Presidente del Consejo de Administración. A partir de ahí empezaron los problemas. Los gerentes, nombrados por el gobierno, tomaban al ingenio como un botín.

Con el nuevo gerente, Severino Carrera Peña, y el segundo Consejo de Administración, las relaciones entre uno y otro se ponen de cabeza y cambian los papeles; en lugar de que el gerente se someta a las decisiones de los trabajadores, representados por el Consejo, lo que sucede es que el Consejo se transforma en un servidor de Carrera Peña. Pero además, como ya Cárdenas ha sido sustituido en la presidencia por el reaccionario Ávila Camacho, toda la fuerza del gobierno se vuelve contra los campesinos que exigen una administración independiente.

Carrera Peña:

…para sojuzgar a los socios dispone del ejército, de la policía judicial y de pistoleros particulares pagados por el ingenio, para que guarden las espaldas de los gerentes y asesinen a los socios que se nieguen a pasar por buenas las injusticias que allí se cometen. 

Para 1942, coincidieron los problemas de los ejidatarios, que por los descuentos y malos manejos del ingenio casi no habían obtenido nada en la liquidación, con la movilización de los obreros que exigían aumento de salarios; y por primera vez se dio en el ingenio de Zacatepec una lucha de obreros y campesinos unidos. Aunque Jaramillo ya no era presidente del Consejo de Administración, encabezó el movimiento y, junto con los trabajadores más activos de la fábrica, impulsó la alianza obrero-campesina. Las demandas eran aumento de salarios y aumento del precio de la caña y como el gerente se negaba a ceder y sólo les daba largas, se decidió estallar una huelga. El 9 de abril de 1942, como a las 11 de la mañana, los obreros dejaron de trabajar y ocuparon la fábrica mientras que los campesinos suspendieron el corte y el acarreo”.

La represión no se hizo esperar.

Rápidamente el ejército rodeó el ingenio y en la madrugada del día siguiente los federales ocuparon la planta. En poco tiempo la represión se generalizó y fueron detenidos varios dirigentes obreros y campesinos. Durante unos días los ejidatarios y los obreros intentaron sostener el paro, pero un puñado de traidores, encabezados por Teodomiro Ortiz (“El Polilla”) y apoyados por el ejército, obligaron a los campesinos a seguir cortando y acarreando caña. Al mismo tiempo comenzaron a meter al ingenio esquiroles en los puestos que los obreros habían abandonado hasta que éstos se vieron obligados a regresar al trabajo. 

Pasaron cinco escasos años entre que se inauguró el ingenio “Emiliano Zapata”, en 1938, y el primer alzamiento en armas debido a la represión, ya en tiempos de Ávila Camacho como presidente de la república, el 21 de febrero de 1943. El hostigamiento, seguido de los asesinatos de compañeros, iba en aumento, así que tuvieron que irse al monte para preservar sus vidas. Después del primer alzamiento llegaron enviados de Cárdenas y de Ávila Camacho y se concedió una amnistía que duró bien poco: apenas 15 días se la pasaron tranquilos. Los incidentes se repetían y, de nuevo, el 10 de julio tuvieron que salir a recorrer los montes portando sus armas para no ser asesinados.

Los jaramillistas se alzaron en armas ante la imposibilidad de proseguir en la lucha por medios legales y pacíficos. Como habían logrado un apoyo muy grande de la población obrera y campesina en el estado de Morelos, las autoridades optaron por la represión: amenazas, sobornos, asesinatos. En el monte, en un descanso de la persecución de los soldados,lanzaron el Plan de Cerro Prieto. Se habían desplazado hasta la región del sur del estado de Puebla, que colinda con los estados de Morelos y Guerrero. El prestigio de Jaramillo y su grupo se había extendido hasta esas regiones, y su sobrevivencia se debió en gran medida al apoyo que daban las comunidades a los alzados.

Al momento de escribir estas notas, hay pocos sobrevivientes. Uno de ellos es Félix Serdán, quien en enero de este año (2012) cumplió 95 años (Desinformémonos prepara un libro con sus memorias, para inaugurar su producción editorial). Félix Serdán es demasiado modesto. Su participación en las filas del grupo guerrillero fue determinante, ya que su prudencia (que no le quita para nada la audacia y arrojo que lo caracterizaron en los momentos más difíciles) y su meticulosidad impidieron que se cometieran varios errores importantes. Fue el escribano, y de esa manera Félix portaba dos armas: la de fuego por un lado, y la máquina de escribir (que pesaba más) por el otro. Pasados los años, Félix regresaría a esas comunidades del sur de Puebla para impulsar la organización regional, en forma por demás exitosa.

En diciembre de 1943, Félix Serdán Nájera cayó herido en un enfrentamiento con el ejército en el sur de Puebla, del cual pudieron huir Rubén Jaramillo, su compañera Epifania Zúñiga y la mayoría de los rebeldes, aunque algunos murieron. Cayó prisionero de guerra, y aun estando a merced del enemigo, herido y con pocas probabilidades de salvar la vida, le fue posible mantener una actitud de dignidad ante sus captores. Dado que le encontraron y confiscaron el original del Plan de Cerro Prieto y otros valiosos documentos de los alzados, varias armas, la bandera nacional e inclusive unos binoculares, los militares dedujeron que se trata de un mando de la guerrilla.

Después de ser amnistiados por el presidente de la república en 1944, los jaramillistas volvieron a la vida civil y pacífica. Pero una y otra vez se repitió el ciclo: después de ser amnistiados, volvieron a ser acosados, perseguidos, y se tuvieron que volver a levantar en armas para proteger sus vidas. Félix Serdán señala que la intolerancia era tal que no había otro remedio. Habiendo combatido al lado del general Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo y los suyos conocían el arte de la guerra y optaban por esa vía, pero en contra de su voluntad. Los esfuerzos que realizaban para lograr mejores condiciones de vida para los pueblos son verdaderas proezas, ya que debían enfrentarse a un medio totalmente hostil a esas mejoras -dados los intereses creados y la corrupción imperantes ya en ese entonces. Las promesas de trabajo de Ávila Camacho para Rubén y su gente no fueron cumplidas. Otros son quienes consiguieron que Rubén Jaramillo ocupara el puesto de administrador del mercado “Dos de abril” del centro de la Ciudad de México.

Los jaramillistas contaban con la simpatía y el apoyo de grandes e importantes grupos campesinos y obreros. El pueblo tenía una gran confianza en la organización de Jaramillo. El Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM) no trabajaba únicamente en tiempo de elecciones. A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, los jaramillistas acumularon un gran poder de convocatoria y encabezaron las luchas de los pueblos contra los acaparadores, contra los fraccionadores apoyados por las autoridades, y todo tipo de reivindicaciones. En 1948 se desarrolló otra gran huelga obrero-campesina en Zacatepec, dirigida por Mónico Rodríguez: el ingenio “Emiliano Zapata” fue ocupado por los trabajadores y el ejército no se atrevió a desalojarlos ante la firmeza y decisión de los mismos, con lo que se logró un triunfo. Eran múltiples los frentes en los que participaban los jaramillistas.

En octubre de 1953, Rubén Jaramillo se debió levantar en armas de nueva cuenta. Este levantamiento armado tuvo otra vez su origen en la violencia del gobierno y los caciques ante la imposibilidad de derrotar a los jaramillistas: en 1951 Rubén Jaramillo se postuló como candidato a gobernador, aliado coyunturalmente a los priístas descontentos (encabezados por el general Henríquez Guzmán), y le ganó al candidato oficial, el también general Rodolfo López de Nava, cuyos actos llevaron al pueblo a nombrarlo “El Chacal”. Obviamente, por medio del fraude le fue arrebatado el triunfo a Rubén Jaramillo. Se sucedieron entonces los asesinatos de jaramillistas, conocidos como los “carreterazos”. Sin embargo, el arraigo y prestigio de los jaramillistas crecía entre la población, tanto obrera como campesina, y constituía una amenaza muy seria a las jugosas ganancias de caciques y autoridades, quienes las obtenían debido precisamente a la impunidad de que gozaban.

En 1958 Rubén Jaramillo aceptó la amnistía ofrecida por el presidente Adolfo López Mateos, después de platicar con un grupo de evangélicos que lo convencieron de ello. Es de ese momento la famosa fotografía del líder con el Presidente de la República. Inmediatamente se inició la lucha contra el corrupto gerente del Ingenio Zacatepec, Eugenio Prado Proaño. Félix Serdán señala en sus memorias el respeto a las formas característico de la lucha de los jaramillistas y del movimiento campesino en general:se integra primero la organización, con representantes elegidos democráticamente;después se traza el plan de trabajo para cubrir todas las instancias legales. Es una manera de cercar –por la vía legal- al enemigo a vencer. El movimiento avanza lentamente, pero el ir cubriendo los diferentes trámites le da la certeza de que va disminuyendo la capacidad de maniobra del contrincante. Por lo general el gobierno y los caciques, al verse acorralados por el movimiento, pierden las formas y recurren a actos ilegales y criminales. Es entonces cuando se ponen en evidencia y el movimiento se legitima. En el caso de los jaramillistas se llegó a esas situaciones límite en múltiples ocasiones.

La tenacidad de los jaramillistas yendo a las diferentes instancias del gobierno (la Dirección de Cooperativas, la Secretaría de Agricultura, entre otras) para exigir la destitución del gerente corrupto tuvo sus frutos –amargos por un lado, dulces por el otro: el gerente, al sentirse acorralado por el movimiento y ya con muchas presiones en su contra, recurrió a enviar espías a la sede del Comité de Defensa Cañera, a intimidar a los miembros del mismo que mostraban cierta debilidad, al asesinato (como el caso del joven obrero del ingenio que quería denunciar el robo a los campesinos en el pesaje de la caña), a amenazas y otras linduras. Con un enemigo tan poderoso en contra –pues contaba con fuertes apoyos de muchos funcionarios y además tenía prácticamente a su disposición a la policía judicial, que de sobra era conocida como sanguinaria- los jaramillistas demostraron ser capaces de sortear la situación tan delicada, que bien pudo haber derivado en otra ola de asesinatos en su contra.

Los jaramillistas eran implacables también. Con la experiencia de la guerra en las filas del Ejército Libertador del Sur, no eran hombres que dieran marcha atrás en sus planes. Alrededor de ellos -y con ellos- muchos grandes hombres y mujeres estuvieron siempre atentos a las necesidades del movimiento y de los compañeros de Morelos. Desde el inicio de la lucha contra Eugenio Prado, cuando se pudo realizar la asamblea y ante notario se fueron plasmando las denuncias, se sabía que no había marcha atrás. El gerente, por su parte, hacía lo que podía, aunque fue por fin destituido en 1960, después de dos años de intensa lucha y movilizaciones del Comité de Defensa Cañera y del PAOM.

Se inició también por aquel entonces la lucha por las tierras de los Llanos de Michapa y El Guarín (por el rumbo de las grutas de Cacahuamilpa), la última de las grandes luchas agrarias encabezadas por Rubén Jaramillo. Después del desalojo violento de los Llanos de Michapa y el Guarín, donde tenían varios señores poderosos fuertes intereses, el presidente Adolfo López Mateos ya no recibió a Jaramillo. Cuatro años antes, cuando amnistió a los jaramillistas, le había dado seguridades a Rubén de que no los reprimiría.

La organización jaramillista creció en número y en calidad. Ese proyecto igualitario -tipo socialista- para los llanos de Michapa y El Guarín podía ser un muy mal ejemplo para los campesinos del país, de llevarse a cabo. Las guardias de los campesinos jaramillistas en las huelgas ferrocarrilera y del magisterio, más la presencia del mismo Rubén, añadía un ingrediente más de preocupación para el gobierno. El presidente de los Estados Unidos, Kennedy, acababa de visitar México, y por investigaciones recientes se sabe que los norteamericanos estaban preocupados por el movimiento jaramillista y que lo consideraban un peligro. Mónico había convencido a Rubén de desarrollar un proyecto revolucionario de nuevo tipo, formando muchos frentes de lucha y poniéndose a resguardo de la represión, junto con varios comunistas que no estaban conformes con las tibiezas del Partido Comunista. Muy probablemente los norteamericanos le exigieron al gobierno de México terminar con la amenaza que representaba el movimiento.

Como a las dos y media de la tarde, del miércoles 23 de mayo de 1962, el domicilio de Jaramillo, en el número 14 de la calle de Mina, en Tlaquiltenango, fue rodeado por un grupo de sesenta militares y civiles fuertemente armados, que viajaban en dos camiones del ejército y dos jeeps. Una ametralladora fue emplazada frente a la casa y otra en la parte superior. De pronto, un individuo llamado Heriberto Espinoza, alias “El Pintor”, penetró violentamente en la casa y exigió a Jaramillo que saliera porque el general lo esperaba. Como el dirigente campesino reclamara a “El Pintor” su insolencia, éste escapó para refugiarse entre los hombres que rodeaban la morada. Acto seguido, militares y civiles allanaron la casa, la saquearon y secuestraron a Jaramillo, a su esposa Epifania Zúñiga y a sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Después de destruir los amparos que fueron presentados, los obligaron a subir a los vehículos militares y partieron con rumbo desconocido. Dos horas después los acribillaron a balazos a unos quinientos metros de las ruinas arqueológicas de Xochicalco. Los asesinos no se preocuparon por fingir siquiera un intento de fuga: los cinco cadáveres estaban juntos, habían sido ametrallados de frente y a quemarropa, y todos mostraban en la cabeza el tiro de gracia.

Epifania Zúñiga era la compañera de Rubén. “Pifa”, le decían. Ella era –como Rubén- de religión evangélica y había hecho amistad con la esposa del presidente, doña Eva Sámano de López Mateos, con quien compartía la religión. Doña Eva le había prometido a Pifa la entrega de unas máquinas de coser para que se estableciera un taller de costura en el e stado de Morelos. La esposa del presidente le había dado largas y largas a la entrega, y las dichosas máquinas no llegaban. Eso retrasó el plan de ya retirarse a lugar seguro, como se lo habían propuesto Rubén Jaramillo y Mónico Rodríguez. Era un plan que ya estaba en práctica, y Mónico y Rubén habían realizado recorridos extensos para platicar con la gente de más confianza y consultarlos sobre la forma de operar de ahí en adelante. Pero la salida a un lugar seguro y el plan de la nueva organización político-militar se postergaron porque Pifa insistía en lo de las máquinas de coser, que nunca llegaron. Primero llegaron las balas que segaron su vida.

Los más cercanos a Rubén se tuvieron que poner a buen resguardo para proteger sus vidas. Mónico se fue a Veracruz; Félix, al norte. Regresaron después de muchos años. Después del movimiento estudiantil y popular de 1968 la represión se ensañó de nueva cuenta con los jaramillistas. A Rey Aranda, de los pocos en quien Rubén Jaramillo tenía absoluta confianza, lo torturaron y destrozaron su casa y fue a dar a la cárcel con muchos cargos. Rey Aranda participó en los 70 en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, al lado de Demetrio Vallejo. Los 70 fueron de nueva cuenta años difíciles para los jaramillistas, pues eran la vieja guardia, los testimonios vivientes de una tradición de lucha que sabía enraizar en las comunidades, lo cual para el gobierno siempre ha sido peligroso. Como ya habían aparecido varios grupos guerrilleros, la situación se tornó difícil de nuevo para ellos.

En marzo de 1994 los veteranos zapatistas y jaramillistas se reunieron clandestinamente, pues no sabían en qué derivaría la situación en Chiapas. Emitieron la “Declaración de Morelos” en apoyo a los zapatistas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y Félix Serdán fue comisionado para entregarla personalmente. A él y a su hermana Hermelinda les fue otorgado el grado militar de Mayor Insurgente Honorario del EZLN; a Félix, cuando fue a la selva, le pusieron una escolta como corresponde a su grado. Los firmantes de la Declaración de Morelos señalan, junto con Félix, la continuidad del Plan de Ayala zapatista, del Plan de Cerro Prieto jaramillista y de la Primera Declaración de la Selva Lacandona de los alzados en Chiapas. En esencia, los tres documentos hablan de lo mismo, son el clamor de un pueblo que se alza en armas contra un sistema opresor.

Queremos destacar un hecho simbólico -por sugerencia de Renato Ravelo(ya fallecido), compañero y amigo de Félix y de quien esto escribe, autor del libro agotado “Los Jaramillistas”: en Félix quedó depositada la bandera nacional que los zapatistas encontraron arrumbada y olvidada cuando se levantaron en armas y ocuparon cuatro cabeceras municipales, en el amanecer de enero de 1994. Se la entregó la Comandanta Ramona a nombre de todos los zapatistas del EZLN, el 11 de octubre de 1996, cuando se clausuró la primera sesión del Congreso Nacional Indígena, para que la resguardara en nombre de la sociedad civil. Recordemos que en 1943, cuando los jaramillistas se habían levantado en armas, Félix fue herido y hecho prisionero. Cargaba en ese entonces en su mochila la bandera nacional, que le fue robada por los soldados. Ahora de nueva cuenta es el depositario de ella.

Ricardo Montejano
Desinformémonos.

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