lunes, 3 de septiembre de 2012

Velando armas

En la célebre alegoría, ningún cortesano se anima a reconocer que el emperador está desnudo. Todos pretenden lo contrario. Basta decir la verdad para que la superchería se desmorone.

Se desmoronó la superchería de nuestra democracia. De nada servirá negarlo. El documento del Trife no arropará a Peña. Tampoco lo lograrán "la fiesta de la democracia" del PRI y los medios o los sesudos artículos que publicará Nexos para defender "la más limpia, concurrida y vigilada de las elecciones en México". Ningún cosmético puede ya ocultar la peste de nuestro cadáver democrático.

Como anunció Luis Hernández, llegó la hora cero para el #YoSoy132. Y la empezó bien: una marcha-funeral. El ataúd no simbolizaba la muerte de las instituciones de gobierno, que siguen en operación. Llevaba el cadáver que los jóvenes contribuyeron a producir: la credibilidad del sistema.

Para que funcione la democracia formal los ciudadanos deben creer en ella, creer que ellos eligen con votos libres e informados a sus gobernantes y que esos representantes están a su servicio. Esta institución fue siempre débil en México. Todos sabíamos quién definía el candidato, cómo obtenía sus votos el PRI, qué eran las elecciones… Pura simulación. Pero cuando Salinas dio a la oposición política más concesiones que en los 50 años anteriores, tres semanas después del alzamiento zapatista, se propaló la ilusión de que los ciudadanos podían intervenir en el proceso. Esa ilusión nos costó ya las desgracias llamadas Fox y Calderón. El ataúd que portaban los jóvenes la está enterrando. Nos consta ya que no contamos. Ni siquiera quienes están entre los 19 millones que habrían votado por Peña piensan que de ellos dependió el resultado.

El ataúd contiene algo más. Sabemos también que los procedimientos llamados democráticos producen despotismo. La ropa que están poniendo a Peña no sólo pretende cubrir su falta de legitimidad. Busca encubrir también el carácter despótico del régimen que encabezará, al servicio del uno por ciento, que hemos padecido por demasiados años.

La lucha dejó ya atrás el lodo electoral. Tiene ahora que ocuparse de alterar nuestro régimen de gobierno, apelando al principio constitucional del artículo 39. Si bien se trata de restablecer el estado de derecho, roto desde el poder, no es cosa de volver al que estaba, sino de crear otro nuevo.

Es la hora de la resistencia. Como nos han enseñado los zapatistas, que sea pacífica no significa pacifismo, el cual encierra rendición o cobardía. Significa renunciar a la violencia, sin separar medios de fines y reconociendo que la forma de la lucha prefigura el resultado que se busca.

Como también nos han enseñado los zapatistas, es una resistencia creativa que pone el empeño donde debe estar. No se empieza a construir la nueva casa desde el techo. Comenzamos en los cimientos, abajo y a la izquierda, en las esferas de la vida cotidiana, en la construcción de autonomía, en formas propias de gobierno. Como dicen en el 132, se trata de "tomar la política en nuestras manos"; es cosa de "tomar las riendas de nuestro destino", dijeron esos mismos jóvenes desde Oaxaca. Todos saben ya que las respuestas sólo pueden venir del pueblo organizado, no de la élite; la democracia sólo puede estar adonde la gente está, no allá arriba. Saben igualmente que no será fácil, pero están conscientes de que no hay más opción que des-Peñarse. Lejos de ser salto al abismo, es la forma de no caer en él.

En la ebullición del día, corren todas las iniciativas. Se dice, por ejemplo, que en vez de seguir tocando puertas para que unos cuantos jóvenes logren cruzarlas, podría darse la formación profesional que buscaban todos los "rechazados" mediante la organización autónoma, la misma que enfrentará asuntos de comida –sin esperar la imposible conversión moral de Monsanto o Wal Mart– o de salud, atrapada en una dictadura profesional de negociantes de la enfermedad.

González Rojo recordó recientemente que en el seno de lo viejo se genera lo nuevo y que la nueva sociedad no es proyecto para mañana, tras un cataclismo que produzca el cambio; es asunto de todos los días, en todas partes. Si nos empeñamos en generar lo nuevo dentro de los marcos del mundo obsoleto y criminal que nos ha tocado vivir, podremos ir, saltando, al otro mundo que es posible.

Es hora de actos revolucionarios, tiempo de acometer transgresiones que establezcan irrevocable y significativamente nuevas posibilidades. Resistir hoy significa ante todo que no estamos ya gobernados por los de arriba y que abajo, organizados, empezamos ya la creación de una nueva forma de vida y de gobierno. Nada más, pero nada menos.

Gustavo Esteva.

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